Goles: 1-0. Minuto 56. Gran contra del Celta, Aspas encara al último defensa y espera la llegada de Orellana que tras recibir el pase ajusta su remate a la escuadra derecha de la portería murciana. Árbitro: Burgos Bengoetxea, del colegio vasco. Incidencias: Partido correspondiente a la jornada 23 de Segunda División disputado en el estadio de Balaídos ante 8.784 espectadores según datos ofrecidos por el club.

El Celta se ha instalado en el reino de la felicidad al que solo llegan buenas noticias. El conjunto vigués dio un nuevo paso en su camino hacia Primera División y empieza a desafiar registros de otro tiempo. Los números nunca mienten y los de Herrera acumulan ya ocho semanas sin conocer la derrota y no han recibido un gol en los últimos 648 minutos. Datos que acreditan la eficacia y solvencia que ha alcanzado el cuadro vigués que ayer se impuso con justicia al Murcia en un partido en el que entró con mal pie, pero al que terminó por encontrar la medida a base de insistencia. Solo la lesión de Yoel –que congela en 589 su marca de minutos sin recibir un gol– empaña otra tarde feliz para los vigueses, que se fueron a la cama situados en la segunda posición a la espera de lo que sea capaz de hacer el Valladolid hoy.

El triunfo llegó en una tarde extraña porque hay partidos que tienen mal aspecto desde el principio. Se advierte en detalles como ese control aparentemente sencillo que se escapa, un pase a la nada, un tropezón infantil. Ayer era de esos días. El Celta –vete a saber si por culpa del frío–, entró en el partido con mala cara, como el que siente que está a punto de coger una gripe. Impreciso, torpe, descolocado, despistado en defensa, inofensivo en ataque. Herrera había tirado de los esperados con Alex López formando pareja con Oubiña en el medio y Iago Aspas en punta, pero el equipo llegó muy tarde a Balaídos. El Murcia avisó en un par de jugadas a balón parado y su entramado defensivo resultaba imposible de descifrar para un Celta al que solo Aspas aportó algo diferente. Sobre todo en aquella jugada en la que se fue contra cuatro contrarios y colocó, cuando nadie lo esperaba, un remate delicado en el palo derecho de la portería murciana. Lo demás apenas existía. De Lucas no estaba, Orellana se estretenía en sus habituales enredos y Bermejo sufría cada vez que tenía que entrar en una combinación. El partido cayó inevitablemente en lo tedioso porque el Celta quería, pero el problema es que no sabía cómo, cegado por el trabajo del equipo de Iñaki Alonso.

En el segundo tiempo emergió de entre las sombras Iago Aspas para cambiar la vida de un partido que no avanzaba hacia ninguna parte y que empezaba a enquistarse de mala manera. Es un jugador difícil de detectar, que disfruta cuando se le concede ese punto de libertad que conecta perfectamente con su carácter y su estilo. Poco antes del descanso Herrera había intercambiado a Aspas y a Bermejo con la idea de encontrar más capacidad para combinar y de paso sacar de su plan a los murcianos. Mantuvo esa disposición en el segundo tiempo aunque no le había gustado el resultado, pero quiso darles una segunda oportunidad. Justo cuando el técnico ordenó el regreso al plan inicial el Celta encontró el camino hacia la portería del Murcia. Sucedió en un gran desmarque de Aspas hacia un costado que Alex López mejoró gracias a su preciso envío. El moañés se quedó mano a mano con el último defensa, pero lejos de lanzarse a por él manejó con inteligencia la velocidad de su carrera a la espera de que llegase Orellana por su izquierda. No le asustó la aparición del segundo central en su busca y tuvo la paciencia para entregar el pase en el momento justo. El chileno, solo ante el portero, meditó un instante y colocó el balón con calidad en la escuadra derecha de la portería. Un detalle de calidad de un jugador con una asombrosa capacidad para complicar cuanta jugada pasa por sus pies, pero con ese punto de genialidad que le distingue de buena parte de sus compañeros de profesión.

Dispuesto a enterrar para siempre la posibilidad de jugar como mediapunta, Aspas ofreció veinte minutos primorosos en los que estuvo en todas las jugadas de peligro que crearon los vigueses. No faltó a ninguna. Fueron momentos en los que con el marcador a favor el Celta pareció quitarse de encima la torrija del primer tiempo para adueñarse del partido. Se asentó la defensa; Borja Oubiña y Alex López tejieron con tranquilidad el juego y encontraron siempre salida para el balón, casi siempre por el costado de Orellana, con quien se asoció de forma repetida Aspas. Llegaron entonces más ocasiones como aquella en la que Iago envió al corazón del área un preciso centro que De Lucas –muy discreto ayer– no fue capaz de conectar y Bermejo, en el segundo palo, estampó el balón contra la madera. Llegaba el Celta con facilidad, combinando con seguridad en el medio del campo, acumulando contras claras, pero el problema es que el partido seguía sin estar cerrado. Es la nueva enfermedad de este equipo, que se ha olvidado de matar los partidos como se pudo ver hace una semana en Girona. Hubo situaciones cómicas como aquel contragolpe que De Lucas estropeó con un ridículo taconazo en dirección a ninguna parte. Y esa situación desató todos los temores. En el campo y en el banquillo. Herrera envió al campo a Insa en lugar de Bermejo para proteger aún más el medio del campo mientras Oubiña retrasó unos metros sus posición. El Celta empezó a defender con todo lo que tenía a mano pese a que el Murcia, salvo en un disparo terrorífico de Sutil, no era capaz de crear peligro. Era más el miedo a perder lo que había costado tanto conseguir y eso tradicionalmente termina por generar un contagio general. Herrera llevó la situación al extremo al colocar a Bellvís en el sitio de Orellana. Pero el Celta mantuvo la compostura. La desorganizada carga final del Murcia sirvió de poco y Balaídos pudo festejar la octava semana sin perder de un equipo acostumbrado a las buenas noticias.