Hace unos días vino a mi casa un electricista a conectar unas lámparas y arreglar un interruptor. A mi pregunta interesándome sobre la falta de trabajo en el sector, enseguida me comentó que no andan las cosas demasiado bien: "Mucho mejor ser fontanero". Me preguntó a lo que me dedicaba –investigador– y empezó a explicarme que no entendía cómo era posible que el Estado invirtiese tanto dinero en formarnos como investigadores para que, llegado a un punto, muchos tuviesen que marcharse a trabajar al extranjero. Me habló de la I+D+i, y parecía estar muy concienciado sobre la importancia de ésta en la economía de un país. Sin embargo, y por desgracia, nuestros gobernantes parecen no tenerlo tan claro. En Galicia, seguimos sin saber qué va a pasar con el Plan Galego de Investigación, Desenvolvemento e Innovación Tecnolóxica (INCITE), que termina en diciembre. De él depende el futuro de muchísimos jóvenes investigadores gallegos y, en definitiva, del sistema gallego de I+D+i. Por su parte, el Gobierno de España acaba de promover la nueva Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, que no contenta ni a los investigadores, ni a los sindicatos, ni a las sociedades científicas. ¡Ahí es nada!

Me pregunto cuándo se va a apostar de verdad en este país por un sistema investigador serio. Muchos de nuestros vecinos europeos llevan años invirtiendo en ciencia, porque saben que la investigación –no sólo la aplicada, sino también la investigación básica– da frutos a medio y largo plazo. Alemania aumentó considerablemente la inversión en ciencia en plena crisis económica. En España, recortaron un presupuesto que, pese a haber crecido en los últimos años, sigue siendo insuficiente. ¿Acaso no ha llegado ya el momento de empezar a invertir de verdad en nuestro futuro?